sábado, 4 de mayo de 2013

La chica que silbaba sus canciones favoritas.

Cruzaba con sus pequeños auriculares la calzada. El paso de peatones estaba repleto de gente gris pero, en cambio, ella era puro color. Los demás observaban envidiosos sus agraciados pasos que rozaban una tímida representación de baile. Sus largos cabellos rubios ondulados acompañaban el bailoteo del viento, arrastrando su olor a lavanda con él.

Mucha gente dice conocerla. Dicen, que es rara, que siempre sonríe, que nada le sienta mal, que parece que su cabeza esté constantemente en otro alejado planeta. ¿En qué momento ser feliz se convirtió en algo que pudiese desencadenar ese triste recelo?

Mucha gente dice querer conocerla. Sus ojos color cian no dejan indiferente a nadie. Transmiten belleza, esperanza, transmiten las cosas que uno cree no poseer y que desea, por lo tanto, obtener.

A la chica de los labios rojos sonrientes nunca le faltaron pretendientes, pero ella no quería rellenar la vida de nadie, ella quería poder complementarse con otra persona, quería que sus manías y sueños se compartiesen con la de esa otra persona. Algo mutuo. Pero ahora mismo, ella no pensaba en ello.

Subió a saltos las escaleras hacia su apartamento, abrió la puerta y colgó la chaqueta que también estaba impregnada por su perfume favorito.

- ¿Ya has vuelto? - preguntó una voz desde el final del pasillo.
- Por supuesto, no te iba a dejar sola tanto tiempo - respondió ella sin dejar de mostrar ese toque único de inocente alegría que dejaba escapar su voz. - Te he traído tus medicinas.

Desde hace 4 años, cuidaba de su hermana, la cual no podía salir de aquellas cuatro paredes, la cual hace tiempo perdió las fuerzas para poder dibujar una sonrisa con sus labios. Pero, la chica que siempre silbaba sus canciones favoritas, le prometió aquel día en el hospital que ella sonreiría por las dos, que no dejaría que nada rompiese su sonrisa, ya que tenía que cuidar también de la de su hermana para cuando pudiese hacerlo por ella misma.


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