Dicen que el frío tiene la pequeña cualidad de poder parar el tiempo. Espero que así sea, porque quiero que nuestro abrazo se haga eterno. Quiero que tus labios se queden pegados contra los míos en un beso que dure miles de años. Pero para eso, primero tienes que llegar aquí. ¿Cuántos años han pasado ya de aquello? No lo recuerdo. Sólo sé que te pedí que cada día uno de Noviembre me esperases en el mismo punto donde partí en aquel tren de tu lado, en ese banco de piedra, lleno de nieve, donde te rodeé con mis brazos mientras nos rompíamos entre lágrimas.
A mi lado se ha sentado una pareja de personas mayores. Se les ve muy felices. ¿Será una proyección de nuestro futuro? Un futuro en el que apareces aquí, y cada día como hoy venimos a recordar como este mágico lugar nos volvió a unir. ¿O quizás pertenecen a una realidad en la que yo no estoy? ¿Quizás en mi universo nunca vendrás?
¿Estás viva? ¿Te has olvidado de mí? Éramos sólo dos adolescentes cuando hicimos la promesa, ¿todavía no has podido venir?
Supongo que puedo esperar un año más.
A lo lejos, entre la nieve, veo como una chica se acerca, un poco despistada, observando a todas las personas que se encuentran sentadas en los bancos de piedra.
Nuestras miradas se cruzan, se reconocen, y el frío deja de importar, un agradable calor invade mi cuerpo.
No hicieron falta palabras para saber nombres, no hicieron falta para abrazarnos y volver a rompernos entre lágrimas, pero con la diferencia de que llorábamos por ser (al fin) felices.
Joder que bonito.
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