Es triste darse cuenta, de repente, de que la magia empieza
a desaparecer con el paso de los años. Y precisamente, el desvanecimiento de
esa magia, es el detonante de nuestra infelicidad y de todos los problemas que
aparecen en nuestra vida.
Cuando la magia se va, cambiamos nuestras preocupaciones.
Antes el máximo enfado que aparecía era por causas pequeñas. Alguien no nos
prestaba atención, no nos dejaban sus juguetes...ahora nos pueden hacer daño,
atacan directamente a nuestro interior, y nos pueden cambiar para siempre. Ya
no nos preocupa que capítulo de nuestra serie de dibujos pondrán hoy por la
televisión, nos preocupan las facturas sin pagar, las horas en el trabajo,
poder comer, las enfermedades. Al perder esa magia, perdemos la ilusión hasta
por las cosas más pequeñas, ya no nos impresiona ver que una moneda
desaparezca, o que otras cosas aparezcan de la nada, todo tiene una
explicación, y nos invade la indiferencia. Indiferencia que hace que todo nos
parezca igual, mundano, sabiendo que el superhéroe que vuela es porque le han
colocado una tela verde por detrás.
Las risas se empiezan a contar con
cuentagotas y pasarlo bien empieza a ser algo secundario.
Tenemos que empezar a tomar decisiones, las cuales ya no se tratan
de elegir un color u otro, sino caminos que sabemos que afectarán completamente
a nuestra vida, perdiendo lo que nos depara el otro.
Cuando la magia se va, ya no hay sitio para juguetes, los días vuelan, y nos damos cuenta de lo frágil y fugaz que es la vida cuando empezamos a perder a la gente de nuestro alrededor.
Ojalá pudiésemos parar el tiempo justo en ese instante en el que la magia se da media vuelta para largarse de la habitación, dejándola vacía y hueca. Como dices, las risas ya ni suenan, las decisiones no funcionan a cara o cruz.
ResponderEliminarNos hacemos mayores y jugar al escondite ya no vale. Sin embargo, la magia sigue existiendo, ¿verdad? Tiene que estar en algún sitio, sólo hay que encontrarla :)
Un besito.
Miss Carrousel