miércoles, 25 de diciembre de 2013

48 horas

"En unos días me iré del país."
Estas palabras, que apareciendo sin previo aviso, me hicieron cortar la carcajada provocada por la película que veíamos tumbados en el sofá. Se hizo el silencio y el mundo pareció detenerse. Ya no existía la película, ni las palomitas, ni el sofá, ni la manta...tan solo el eco de sus siete palabras. Al igual que se detuvo, se aceleró como recompensa de esa parálisis, y habían pasado varias horas en las que la base de la discusión eran preguntas y más preguntas. Entre frases que hieren, salí de aquella casa con el corazón a punto de estallar.

Fue la primera de muchas noches que pasé sin ella.

Siendo egoísta, me enfadé por su egoísmo.
No alcanzaba a entender el por qué de todo, y menos aún de por qué me avisó tan tarde. Por qué, por qué, por qué. Todo se resumía a esas dos putas palabras.

Al segundo día de no saber nada de ella, me acerqué a su casa, con las defensas desactivadas y nos recibimos con un fuerte abrazo desesperado.

Se marchaba al día siguiente.

Deseé no haber sido un imbécil y retroceder dos días en el pasado. 48 horas. 48 horas desperdiciadas. 48 horas que podría haber pasado entre sus brazos, entre nuestras risas, creando nuevos recuerdos antes de separarnos. 48 horas produciendo energía negativa, la cual no sirve para nada, la cual no ha cambiado nada a mejor. Horas tiradas a la basura.

Guardamos el tema bajo llave en un cajón y pasamos las horas como si no fuesen las últimas. Al finalizar el día, fuimos a su azotea, desde la que se podía ver al Sol escondiéndose tras las blancas montañas de Diciembre. Se volvió a hacer el silencio.

  - Resulta irónico. - dijo por fin ella.
  - ¿El qué? - pregunté con desgana.
  - Es como una metáfora, la relación entre esto y el atardecer.
  - Sí. Cuando el Sol se pierda en el horizonte...tú te perderás del mío.
La miré por un momento y dos grandes lágrimas se escaparon recorriendo sus pecosas mejillas. La abracé más fuerte, pensando que eso la retendría allí...Qué estúpido.
  - Bueno, podemos seguir en contacto aunque yo esté lejos, no tiene por qué perderse nada. - mintió.
  - Por supuesto, además, si ahorro un poco en unos meses puedo hacerte alguna visita - le mentí.

Sonrió tristemente, sabiendo que estos eran los últimos minutos que compartiríamos.

No queríamos que nuestro último recuerdo fuese entre lágrimas, por lo que nos besamos como si se tratase de un día más y me di la vuelta hacia las escaleras. Nos miramos por última vez desde lejos.

 - ¡Hasta luego! - volví a mentir, y ella se limitó a sonreír.

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