Otra vez esa maldita bombilla se ha apagado. Me resulta curioso, pero falla siempre que tú no estás. Mientras permanecemos entre estas cuatro paredes, dejando que los labios dibujen rutas sobre nuestra piel, brilla como nunca, disipando todas las tinieblas que envuelven la habitación, que la llenan, que la inundan. Parece como si, de alguna manera, esa pequeña esfera de vidrio estuviese conectada con mis sentimientos. Estando tú a mi lado, ninguna oscuridad puede conmigo, todo está claro, nada me da miedo. Pero, cuando te montas en aquel autobús (o soy yo el que se aleja), a cada metro que nuestras almas se separan, me voy disipando poco a poco, encontrándome con esa maldita bombilla apagada al llegar a casa.
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