viernes, 31 de agosto de 2012
Pequeño gran rincón en la Vía Láctea
El cielo de la ciudad envidia al de la montaña. Está contaminado por las luces que nunca duermen, que no dejan mostrar su gran belleza. A veces necesitamos escapar de ese cielo opaco que nos envuelve, subir muy alto, muy alto, hasta donde los focos de la selva artificial no alcancen, y contemplar ese gran espectáculo. Cada estrella que vemos, puede que ya no exista, su luz nos llega desde hace miles de años, seguramente ya se habrá suicidado en una gran supernova y quedar solo restos de lo que una vez fue. Es, en este momento, cuando nos sentimos realmente insignificantes.
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